Desde
que la fotografía digital hizo explosión, se coló en todos lados, tanto así que
hasta los que renegábamos y asegurábamos jamás pasarnos a digital por el asunto
de la resolución de aquellas cámaras digitales de aquellos tiempos (12 años
atrás) el contraste con las copias que se hacían a partir de las películas, la
calidad de las imágenes digitales de antaño , aquellas de 4Mp no daban mucho
espacio a dejar de lado el 35mm tan cómodo y fiel, sin embargo, en contraste
con los 24Mp de una digital estándar, además de los precios actuales de película,
procesado y hasta copiado, obligan a tener uno su equipo digital y quizás solo
soñar con pasarse al analógico por un asunto de mero romanticismo.
Debo
acotar que soy de los que piensa que los fotógrafos de verdad se forman primero
con película y luego se pasan al digital, ¿la razón? Simple, el proceso
analógico obliga a pensar y repensar antes de hacer un disparo pues nunca estás
muy seguro del resultado hasta que has pasado por el laboratorio, si le sumamos
que es caro el asunto, obliga a ser mucho más cuidadoso. Recuerdo como era todo
eso de hacer una foto, primer te aprendías todas las posibilidades de ciertas películas,
por ejemplo, había una de blanco y negro que solo al forzarla en el revelado me
daba la escala tonal que yo quería y en base a eso hacia mis copias, usualmente
usaba un papel multigrado sin filtraje con químicos puros para el procesado de
las copias, aunque a algunos amigos del oficio, muy dedicados, más aficionados
al preciosismo les causaba cierto sobresalto mi manera de hacer copias, al
final me quedaban bastante buenas.
Recuerdo que vendían una película de color muy
barata y que por tanto muchos presumían de mala, según un profesor que dictó
unos seminarios acá en mi ciudad (allá en los 90) la fulana película había sido
pensada para los fotógrafos de plaza latinoamericanos, esos que no manejaban
muy bien los detalles del oficio y se resignaban a ofrecer sus servicios a
puerta de las iglesias, escuelas, universidades o plazas , nos dijo en aquella
oportunidad que la película aguantaba sin mayor problema dos diafragmas de
sobre exposición y tres de subexposición, se me abrió el entendimiento y decidí
usarla con luz artificial (flash) como ISO 100 que era lo que marcaba la caja,
pero en exteriores la usaba como ISO 400 lo que me daba los tonos que me
gustaban sin polarizar. Al final solo mis amigos cercanos sabían que usaba esa película tan barata, mientras
otros se explayaban mostrando todo el catálogo de las principales marcas que se
encontraban en el país.
El
asunto al final era casarse con un proceso, conocer todos los detalles del
mismo y en función de ese conocimiento explorar todas las posibilidades de la
imagen, eso sí, siempre calculándolo todo, forzando la imaginación, buscando
información y hasta halagar a los
laboratoristas para que el trabajo funcionase en todas las fases.
Claro,
debo admitir que la fotografía analógica es limitante por el número de disparos
que tenía cada carrete de película, engorrosa, incomoda, obliga a cargar
excesivo equipo y llenarse la cabeza de mucho tecnicismo, pero esa misma
limitante hacía del oficio un espacio para pensar el mundo desde una óptica más
calmada, era espacio de reflexión y de reclusión para muchos, de los tiempos de
laboratorio hay mucho matrimonio roto gracias a la pasión de muchos, en esas
noches dedicadas a hacer una copia de salón , en los procesados especializados,
en esa misma cualidad mágico-mistica de cargar tres cámaras con distintos tipos
de película, de cargar además con un almacenaje que no deteriorase la película y
ese click que hacíamos pensando en el procesado que le haríamos para que
rindiese lo que nuestro cerebro nos dictaba.
En
fin , escribo hoy con cierto dejo de nostalgia, aunque sé que el planeta
agradece que ya no existan millones de litros de químicos oxidados por la
saturación de haluros de plata, muchos además agradecemos la inmediatez y la
ausencia de la peste que se adhería a la ropa luego de seis horas revelando y
copiando, amén de lo barato y práctico que resulta ahora ser fotógrafo y mejor aún
ser artista pues la imaginación ya no depende de los malabares de alquimia que hacíamos
antes, solo con un buen programa de retoque y cierto criterio ya estaremos
listos para la calle.
Lo
único que lamento es que ese espacio de reflexión se reduzca cada día más, los fotógrafos
solo son denominados por la cantidad de dinero asociado a su equipo, lo que ha traído
esta crisis de identidad pues a pesar de que tener una cámara no te hace fotógrafo,
al parecer al gran público le parece que si y los pocos que quedamos aun
vivimos bajo el sino de la incomprensión, más aun en esta esquina del tercer
mundo donde me ha tocado en suerte nacer y vivir.
Profesor
José Ramón Briceño, 2014
@plurifotos